Meredith, de 43 años, conoció a Daniel cuando tenía 28, y juntos construyeron una vida estable con dos hijos, Ella y Max. Todo cambió hace dos años, cuando a Daniel le diagnosticaron una enfermedad renal crónica. Sin pensarlo, Meredith se ofreció a hacerse las pruebas, y al descubrir que era compatible, aceptó inmediatamente donar un riñón. A pesar de las dudas y sentimientos de indignidad de Daniel, Meredith siguió adelante con la operación, sintiendo que esta lucha compartida los fortalecía como pareja. La cirugía fue un éxito y le dio a Daniel una segunda oportunidad en la vida, mientras Meredith atravesaba una recuperación dolorosa, aferrándose a la solemne promesa de Daniel de “pasar el resto de su vida compensándola”.
Sin embargo, conforme se recuperaban, aquel final feliz prometido comenzó a desmoronarse. Daniel se volvió distante, pegado constantemente a su teléfono, “trabajando muchas horas” y justificando su comportamiento alegando que había enfrentado la muerte. La verdad estalló un viernes por la noche, cuando Meredith regresó inesperadamente de la panadería con la intención de sorprenderlo con una velada romántica. En lugar de eso, escuchó risas: un hombre y una mujer muy familiar, desde el dormitorio. Al abrir la puerta, encontró a Daniel luchando por subirse los pantalones mientras su hermana menor, Kara, estaba recostada desordenada y despeinada sobre la cómoda. Meredith simplemente dejó el postre a un lado y se marchó, sin gritar, solo manteniendo distancia.

Se dirigió a la casa de su mejor amiga, Hannah, donde poco después apareció un desesperado Daniel pidiendo hablar. Tartamudeaba disculpas, asegurando que su aventura con Kara era “complicada”, diciendo sentirse “atrapado” porque le debía la vida a Meredith por el riñón, y que necesitaba “procesar” su experiencia cercana a la muerte. Meredith se rió de sus excusas transparentes, especialmente de la idea de que procesar su trauma incluyera acostarse con su propia hermana desde “aproximadamente Navidad”. Simplemente le dijo: “Habla con mi abogado,” y le cerró la puerta en la cara, consciente de que había terminado por completo con el matrimonio.
Meredith solicitó inmediatamente el divorcio, priorizando a sus hijos y su propia recuperación. Los intentos de Daniel por disculparse y prometer que dejaría a Kara no la hicieron cambiar de opinión; la imagen de ambos juntos era irreparable. El karma no tardó en actuar: primero mediante rumores, luego con una llamada de su abogada Priya, confirmando que la empresa de Daniel estaba siendo investigada por mala conducta financiera y malversación, involucrando su nombre. Esto fortaleció el caso de Meredith, demostrando la inestabilidad de Daniel y ayudándola a asegurar la custodia exclusiva y la protección financiera. Kara, quien había ayudado a Daniel a “mover” el dinero, le envió un mensaje buscando absolución, que Meredith ignoró por completo.

Seis meses después, la justicia cósmica se materializó con el arresto de Daniel y la finalización del divorcio. Meredith recibió la casa, la custodia principal y la seguridad financiera. Aunque todavía lidiaba con el dolor y la traición, un examen confirmó que su riñón restante funcionaba perfectamente. Al reflexionar sobre sus decisiones, Meredith comprendió que su donación había sido un acto de amor, mientras que las elecciones de Daniel lo definieron como persona. No lamentaba haber dado, sino a quién lo había dado. La verdadera venganza no fue una bofetada dramática ni verlo en las noticias con su foto policial, sino la certeza de que ella salió intacta con su salud, sus hijos y su integridad, mientras él debía enfrentar en un tribunal las consecuencias de su propio fracaso moral.